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El pasado volcánico del istmo de Panamá
La historia geológica del istmo de Panamá es mucho más compleja, dramática y fascinante de lo que solemos imaginar. Antes de convertirse en el puente biológico que permitió el gran intercambio de fauna entre Norte y Suramérica, este territorio fue un archipiélago de islas volcánicas rodeadas por océanos turbulentos, dominados por erupciones, sedimentación y la lenta construcción de un nuevo paisaje. Gracias al estudio de rocas, sedimentos y fósiles, hoy podemos reconstruir escenas de ese pasado remoto.
Una de las figuras clave en esta investigación es la doctora Oris Rodríguez, pionera panameña en paleobotánica, quien ha dedicado su carrera a rescatar la memoria ancestral de los bosques que existieron antes de que el istmo emergiera por completo.
Un istmo que fue islas y fuego
Según explica la doctora Rodríguez, el istmo de Panamá no siempre fue una franja continua de tierra. Antes de unirse hace aproximadamente tres millones de años, la región era un conjunto disperso de islas volcánicas, muy diferente a la geografía que conocemos hoy. Esta antigua cadena insular surgió por procesos tectónicos que elevaron fragmentos de corteza y permitieron el crecimiento de volcanes cuyas huellas aún persisten en Barú, Tisingal y otras zonas montañosas.
Ese archipiélago primitivo estuvo cubierto por bosques tropicales que crecían sobre suelos jóvenes, cenizas y lavas endurecidas. Aunque hoy esos árboles ya no existen, sus restos permanecen atrapados en rocas, convertidos en fósiles que sirven como testigos silenciosos de un paisaje desaparecido.
En regiones como Azuero y Veraguas, las rocas registran la existencia de esos bosques antiguos. Troncos petrificados, tejidos mineralizados y hojas carbonizadas revelan una diversidad vegetal muy parecida a la actual. Por ejemplo, se han identificado fósiles pertenecientes al género Anacardium, familia que hoy incluye al espavé y al marañón (Anacardium excelsum y Anacardium occidentale). Los patrones anatómicos de los troncos petrificados muestran características compatibles con estos grupos, confirmando su presencia en Panamá desde tiempos remotos.
Otros fósiles presentan estructuras que recuerdan a especies contemporáneas como el cativo (Prioria copaifera) o el guayacán (Guaiacum officinale). Sin embargo, la doctora Rodríguez señala que la identificación exacta requiere análisis microscópicos avanzados, especialmente porque la anatomía interna es fundamental para distinguir familias y especies.
El proceso de permineralización y la formación de maderas fósiles
Para que un árbol se convierta en piedra, debe atravesar un proceso geológico muy particular. La permineralización, responsable de muchos de los fósiles de madera hallados en Panamá, ocurre cuando los tejidos vegetales quedan enterrados en ambientes sin oxígeno y saturados de agua rica en minerales. Con el tiempo, esos minerales —como sílice y carbonatos— penetran los poros y células de la planta, reemplazando lentamente su estructura sin destruirla. El resultado es una réplica exacta del árbol original, convertida en roca.
Este proceso requiere condiciones extremadamente específicas, razón por la cual los fósiles de madera son mucho menos comunes que los restos de hojas o frutos carbonizados. Pero Panamá, debido a su naturaleza volcánica, húmeda y dinámica, ha logrado preservar estos registros con sorprendente detalle.
Panamá como archivo fósil natural
Aunque las excavaciones del Canal de Panamá han producido algunos de los hallazgos fósiles más famosos del país —incluyendo mamíferos, hojas, frutos e incluso huellas de antiguas floras—, la doctora Rodríguez recalca que todo el territorio panameño es geológicamente fértil. Las evidencias de antiguas plantas pueden aparecer en lugares tan cotidianos como:
- Playas erosionadas
- Riberas de ríos
- Cortes de carretera
- Derrumbes en montañas
- Potreros y zonas agrícolas
- Regiones volcánicas del occidente panameño
En Chiriquí, por ejemplo, un derrumbe en la zona de Cerro Punta expuso troncos carbonizados que podrían pertenecer a un bosque enterrado por una erupción explosiva del volcán Barú. Estos restos permiten reconstruir cómo los volcanes moldearon los ecosistemas y cómo las plantas respondieron a eventos catastróficos.
En Punta Burica, las playas albergan troncos fósiles arrastrados por el oleaje y depositados en estratos sedimentarios. Aunque muchos aún no han sido estudiados formalmente, la zona promete ser una de las más interesantes para la paleobotánica nacional.
La importancia de formar paleobotánicos panameños
A pesar de su enorme riqueza geológica, Panamá enfrenta un desafío mayúsculo: la falta de especialistas nacionales. Durante décadas, el estudio científico de nuestros fósiles ha dependido mayoritariamente de investigadores extranjeros. La doctora Oris Rodríguez es la primera panameña dedicada por completo a la paleobotánica, un logro enorme pero también un recordatorio de cuánto falta por avanzar.
Actualmente, trabaja con dos estudiantes interesados en la disciplina. Uno de ellos investiga frutos fósiles procedentes de Tonosí, probablemente pertenecientes a familias como Fabaceae, Anacardiaceae o Lauraceae, todas esenciales en los bosques tropicales modernos. Su trabajo podría revelar cómo evolucionaron estas plantas y cómo se dispersaron a través del paisaje insular que existía antes del cierre del istmo.
Sin embargo, el progreso es lento. Panamá carece de laboratorios para:
- Microscopía de alta resolución
- Análisis isotópicos
- Tomografía especializada
- Estudio anatómico detallado de fósiles
Esto obliga a enviar las muestras a instituciones extranjeras como universidades de Colombia, México, Reino Unido, o repositorios científicos como el Field Museum o Kew Gardens, donde la doctora Rodríguez mantiene colaboraciones activas.
Un futuro que depende de la ciencia
El territorio panameño conserva registros fósiles que narran historias extraordinarias: bosques que florecieron en islas volcánicas, frutos que pertenecen a linajes milenarios, troncos sepultados por erupciones catastróficas y maderas petrificadas que han sobrevivido millones de años. Sin embargo, este legado es frágil. Sin educación, museos, inversión científica y más profesionales formados, gran parte de esta riqueza podría perderse para siempre.
La labor de la doctora Oris Rodríguez representa dedicación, constancia y pasión por comprender nuestros orígenes naturales. Su trabajo nos invita a mirar el suelo panameño con otros ojos: cada roca puede contener un fragmento del pasado, cada fósil es una pieza irremplazable del rompecabezas de la vida.
Proteger, estudiar y difundir este patrimonio no es solo tarea de científicos; es un compromiso colectivo para asegurar que las historias ancestrales del istmo no se borren del tiempo.




















